El Peligro de generalizar
Nunca como ahora ha sido más cierta aquella frase que dice que una mentira repetida mil veces se convierte un verdad. El poder multiplicador de las redes sociales nos expone a ráfagas de información que recibimos sin apenas poder digerir y menos verificar. La discusión acerca de los impactos del petróleo ha sido afectada de manera particularmente grave por este fenómeno de desinformación y el peligro es que la construcción de opinión pública y las acciones de polítca que se derivan pueden estar partiendo de bases falsas o engañosas. El caso de la licencia ambiental revocada a Hupecol es un ejemplo típico reciente: la premisa detrás de todo lo que pasó es que la actividad exploratoria iba a secar Caño Cristales. No es posible hacer esa afirmación sin contar con elementos técnicos específicos, los mismos que deben estar detallados en el estudio de impacto ambiental. Sin embargo, se dió por cierto que el hecho ocurriría sin haber realizado el análisis y debate técnico que procedía. Son muy válidas las discusiones acerca de la calidad de los estudios y quién los debe hacer, la cantidad de información existente, y todo lo demás, pero se perdió la oportunidad de agotar esa etapa de la que se hubiera podido aprender mucho.
Recuérdese también el caso del bloque VSM-13, en cercanías de Neiva. El gobierno echó para atrás un contrato de exploración con base en afirmaciones que hablaban de amenazas de grandes catástrofes por el petróleo. De nuevo, son acciones basadas en premisas faltas de sustento en las que se pierde la oportunidad de realizar una análisis técnico y discutir alrededor de impactos y medidas de manejo.
Unos de los casos más notables es el relacionado con la exploración sísmica, de la cual se afirma que seca las fuentes hídricas, produce deslizamientos y mata los animales. Aún cuando la evidencia práctica y los numerosos estudios existentes demuestran que esto no ocurre, la frase ha hecho carrera y ahora hace parte del imaginario colectivo. Ejemplo reciente: la alcaldesa de El Doncello, Caquetá, ha solicitado la suspensión de un programa sísmico con fuente tipo vibroseis, por considerarlo un riesgo para las fuentes hídricas. Valga mencionar, que el impacto de una fuente de este estilo es menor que aquel que produce un camión o cualquier otro vehículo de peso similar de los que circulan por docenas, todos los días por las vías del municipio.
La frase “que pone en peligro las fuentes hídricas de esa localidad” es una afirmación categórica, que es recogida por los medios de la misma manera y se asume como verdad incontrovertible. He aquí el problema y el consecuente peligro para la toma de decisiones.
El caso emblemático de este fenómeno mediático es sin duda el fracking, es decir la producción de hidrocarburos mediante la tecnología de fracturamiento hidráulico. La creencia popular es que el fracking es una amenaza para el medio ambiente y que trae consecuencias catastróficas y toda suerte de males irreversibles.
De nuevo, lo que hace daño es la generalización. No se puede afirmar que el fracking sea sinónimo de daño ambiental, como tampoco puede decirse que se trate de una actividad inocua. Como todo en la vida, DEPENDE. Depende de las características específicas del proyecto, de la caracterización ambiental, de la infraestructura existente, de la geología del subsuelo, de la naturaleza del hidrocarburo, de la oferta ambiental, de la caracterización social, de la economía del proyecto, de la legislación vigente, de las prácticas operacionales, en fin de tantas cosas que hacen de cada proyecto un ente único con su propio perfil de riesgo asociado.
A propósito, para saber cómo nos va con el fracking, tenemos que empezar a hacer fracking. No sirven las afirmaciones generales, ni tampoco bastan las experiencias extranjeras, ni buenas ni malas. Tenemos que empezar a generar nuestra propia historia (por eso una moratoria no ayuda). Paso a paso, responsablemente y sobre todo adquiriendo mucha información para que las decisiones se basen sobre hechos ciertos y no especulaciones.
Cuando se muestran casos de contaminación por hidrocarburos o poblaciones sumidas en la pobreza como argumento en contra de la actividad petrolera se está cayendo en una evidente ligereza, pues son abundantes los casos de operaciones amigables con el medio ambiente y de comunidades cuyo desarrollo ha sido apalancado históricamente en el petróleo. De nuevo, no se puede generalizar ni culpar a la industria por temas que no son de su esfera de competencia.
Cabe entonces hacer, como país, un acto de contrición para identificar lo que cada uno (petroleras, gobierno, comunidades, academia, etc) tiene que arreglar y avanzar de una buena vez, dejando de pensar, como ha venido pasando, que la fiebre está en las sábanas.