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La Petrolera: el enemigo equivocado.


La Petrolera, es el nombre genérico con el que se suele designar a las empresas operadoras de contratos de exploración y producción de hidrocarburos en Colombia. Las hay grandes, medianas y pequeñas. Nacionales y extranjeras. Viejas y nuevas. Pero todas, sin excepción, obtuvieron el derecho a adelantar su labor a través de procesos competitivos gestionados y promovidos vigorosamente por el estado colombiano. Todas tienen compromisos y se esfuerzan por cumplirlos como toca.


Enfrentan una dura arremetida proveniente de diversos sectores que reclaman unos daños ambientales irreversibles y aún otros por venir, descomposición social, amenaza a la seguridad alimentaria y un largo rosario de males que ponen la piel de gallina. Esta nota la escribo para todas aquellas personas que perciben a la industria petrolera como una amenaza.


Efectivamente, llama la atención que varias poblaciones y hasta regiones enteras que han alojado en sus tierras a la actividad petrolera, no se destaquen por su nivel de desarrollo y calidad de vida. Mas aún, las comunidades no parecen guardar un especial cariño por La Petrolera a pesar de que se adelanten grandes programas de inversión social, contratación de mano de obra y compra de bienes y servicios. ¿Por qué ocurre esto?

No bien se comienza a profundizar, se encuentran numerosas causas:

En primer lugar, la inversión de los recursos de regalías ha sido objeto de cuestionamiento permanente al punto de que el Departamento Nacional de Planeación congeló cuantiosos giros de recursos ante el incumplimiento de los entes ejecutores en informar sobre el avance y estado de los proyectos (El Espectador, 13 de junio de 2016). Este es un factor decisivo donde La Petrolera nada tiene que ver pero recibe las consecuencias.

Por otro lado, en los últimos años ha sido evidente que todas las gestiones de contratación de personal, transporte, alimentación y compra de bienes y servicios asociados la industria, vienen padeciendo de una enorme vacuna que cobran infinidad de intermediarios de variada pelambre que han terminado por presionar un alza artificial en el precio de los servicios y –lo que es más criminal– no tienen inconveniente en cobrarle comisión a los obreros y contratistas. Todo ocurre bajo una apariencia de legalidad y es extremadamente difícil de demostrar pues las víctimas no denuncian. Haga el lector el ejercicio de tratar de entender la proliferación de paros y bloqueos contra la industria y analice la forma como se han resuelto para que comience a ver cuáles son las motivaciones reales.

Una enorme cantidad de dinero está yendo a parar a unos bolsillos que no son los correctos. Por eso a la comunidad no le llega el beneficio. Por eso no hay sentido de pertenencia hacia la industria. Por eso es fácil conseguir quien salga a gritar contra La Petrolera.


Una cosa es cierta: no hay ley de empleo ni política de transportes que funcione si la misma gente no se opone a la intermediación. Eso no lo pueden resolver ni el gobierno ni La Petrolera.


Ahora el tema ambiental: con un éxito mediático sin precedentes, se han instalado en el imaginario colectivo mensajes que anuncian falsas catástrofes ambientales por la actividad de hidrocarburos, mientras los elefantes de la deforestación, los cultivos ilícitos, la minería ilegal, la mala disposición de basuras y muchos otros miembros del rebaño se pasean por la sala sin apenas ser vistos. Y así, sin que medie el mínimo análisis técnico, se logra que salgan las personas, pancarta en mano, a expulsar a La Petrolera, pues no hay nada mejor que tener a quien culpar para estar tranquilos. Entonces, ¿qué beneficio pueden esperar las comunidades y el medio ambiente si se para a La Petrolera y al mismo tiempo se hace caso omiso de los verdaderos agentes depredadores del medio ambiente? Ninguno. Ahí no hay triunfo. Solo un chivo expiatorio, un sofisma.


El verdadero enemigo tiene diferentes caras pero una sola identidad. Es la corrupción que se aprovecha de la debilidad institucional, de la falta de educación, de la necesidad que agobia, de la cultura del enriquecimiento fácil y de tantas taras que nos mantienen chapaleando entre el barro cuando tenemos todo para ser una potencia de bienestar.


Podremos como país, llenar de palos la rueda de la industria hidrocarburífera hasta asfixiarla y hacerla parar y no habremos resuelto nuestro verdadero problema ni habremos garantizado un avance hacia el mejoramiento de la calidad de vida de las próximas generaciones. Es tiempo de mirar la realidad fiscal sin cortinas de humo y obrar responsablemente como país; si no lo hacemos, todos los colombianos lo vamos a pagar carísimo.


Jaime Checa






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